domingo, 20 de julio de 2014

Amanecer entre Maravillas.8



-Que tengas buena suerte- dice a lo lejos el gato flotante, mientras observa divertido el bailoteo del animal con problemas mentales.

Me despido de ellos con la mano, intentando no darme de morros contra el suelo de los tirones que daba el sombrerero. Mira frenético el reloj, sin observar a su alrededor. Pero milagrosamente no se topa con ningún obstáculo. Cuando llegamos al recibidor, agarra mi chaqueta y me la tira a la cabeza.

-¡O-oye!-exclamo indignada. Miro el pedazo chaquetón que me ha tirado con asombro- Pero si esto es de invierno-le informo-¡Me voy a asar como un pollo!
-Por si refresca, y también…- me tiende un paraguas- por si llueve.
-P-pero…-miro por la ventana que hay al lado de la puerta: hace un día espléndido.
-Ni peros ni peras, cariño-me envuelve el cuello con una bufanda- No quiero que te resfríes.

Boqueo cómo un pez, sin saber realmente que decirle. ¿Cómo puedes razonar, con alguien como él?

Me embute los pies con unas botas de agua, mientras me previene de la lluvia, los rayos y las tormentas; me adorna con guantes, con sandalias playeras (por si hace mucha calor), con gafas de sol; me trae una bolsa con todo lo prescindible por si quiero ir a la playa (bañador, toalla, crema para el sol…) y después me trae unas raquetas, por si nieva.

-¡Ya basta!-digo al fin, sujetando todas las cosas con un gran equilibrio y precisión.
-Pareces una niña, de verdad- me dice con los brazos en jarras. Me mira de arriba abajo y vuelve a entrar en la casa. En la cocina se siguen oyendo tazas cayendo al suelo, risas, gritos y algún que otro maullido.
Me quedo embobada, esperando a que el sombrerero vuelva. Mis brazos comienzan a quejarse por el peso de más, y cada vez me resulta más difícil aguantarlo todo.

-Venga, vámonos-dice el hombre, apareciendo de nuevo por la cocina. En la mano carga un pequeño paquete de color marrón. Me lo tira y aterriza encima de la pila de bolsas y objetos que cargo.

-¿Qué es?-pregunto, husmeándolo. De él surge un extraño olor.

-Tu comida, preciosa. No quiero que desfallezcas en medio de tu horario laboral.
Ojala fuese verdad-pienso, recordando a mi jefa.

El sombrerero pasa por delante de mí y abre la puerta.

-¿Nos vamos?-me pregunta, apoyándose en el marco de esta.

Lo miro de arriba a abajo. Sigue sin camiseta, con los algodones mojados en los orificios nasales y la tirita de los Looney Tunes en el puente de la nariz. No puede decirlo en serio-pienso, mirándolo e imaginándome el ridículo que haría por la calle.

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