jueves, 17 de julio de 2014

Relato del microcuento IX



Microcuento:
Adán encontró la manzana en un bar. La devoró en el baño. Después pensó en cómo podría volver a mirar a Eva a los ojos. Rosa del Blanco


Relato:

En la barra, Adán bebía para olvidar sus pesares-junto a unos compañeros de trabajo- cuando un despampanante vestido rojo con unas curvas tremendas pasó por su lado. Tras él, dejaba un sutil y dulce perfume que hipnotizaba a todo hombre- y si se proponía, a toda mujer- que había en el bar. Y ajustada bajo aquella provocativa prenda, se encontraba una ardiente mujer, de ojos felinos y cuerpo esbelto. Le miró de refilón y se relamió los labios discretamente, para que tan sólo él pudiese
verlo.

-Maldita bruja…- pensó Adán, intentando desviar la mirada de aquellos labios carnosos, pintados con un atrayente rojo pasión.

Ya la había visto antes. Ella ya lo había hipnotizado antes, igual que ahora, cómo cada noche del viernes. Jugueteaba con él, desde que entraba por la puerta de aquel antro, hasta que lo calentaba suficiente como para abalanzarse sobre ella. Pero entonces, se iba. Y él se marchaba a casa, a intentar olvidar de nuevo a aquel pecado rojo andante.

Pero aquella noche fue distinta. La mujer, en vez de sentarse en una de las mesas que había frente a él, se fue directa a la barra y se sentó en el taburete libre que había a su lado.

-¿Lo de siempre preciosa?-le preguntó el tabernero.

La mujer, mirando sin ningún descaro a Adán, asintió con la cabeza. Sus ojos gatunos se pasearon por toda la figura del hombre, que la miraba atónito. Jamás la había tenido tan cerca.

-Sí Max, lo de siempre- respondió, cruzando una pierna sobre la otra.

Adán miró con hambre las perfiladas piernas de ella, sin ningún tipo de estrías ni arrugas. La mujer sonrió.

-¿Te gusta lo que ves?-preguntó en voz alta, sin miedo a que los demás la escucharan.

Él palideció. Jamás había mantenido una conversación con una diosa como aquella. Balbuceó palabras incoherentes y finalmente asintió meneando la cabeza. Ella rió, divertida, por el efecto que creaba en él.

-Tu caipirinha de fresa, Lilith- dijo el tabernero, ofreciéndole una copa llena de un líquido rosado y hielos flotando en él.

Adán arrugó el entrecejo. No le gustaba aquel nombre, y no sabía por qué. Pero decidió olvidar el tema.
-Gracias, Max-respondió ella, desviando la mirada e interrumpiendo aquel momento entre los dos.

Pero cuando tuvo la copa en la mano, volvió a la carga. Se arrimó más a él y le susurró al oído:

-¿Quieres un poco?-señaló la copa.

Él asintió, embelesado por su voz. La mujer se dispuso a darle la copa, cuando le dio un sorbo antes de que él la cogiera. En la copa se quedó la marca del pintalabios.

-Ahora sí-guiñó un ojo.

Adán, sin quererlo, se relamió los labios y cogió la copa con delicadeza. Al llevársela a los labios, sintió el dulce sabor de la fresa corriéndole por la lengua, el frescor del hielo, y la agradable sensación de calor en la zona dónde la mujer había bebido. Su mente comenzó a dar vueltas y un hambre voraz surgió de su interior. Le devolvió la copa y se apoyó en la barra de madera.

-¿Qué coño lleva eso…?-se preguntó, viendo cómo el bar comenzaba a girar sobre sí y a la vez, cómo una ola de calor lo consumía por dentro.

La mujer sonrió y falsamente, le preguntó si estaba bien, cuando sabía perfectamente qué estaba ocurriendo. Lo había cazado.
-¿Tienes calor?-le preguntó con voz sensual, alargando las palabras.
-Mucha-dijo parpadeando con rapidez- No sé qué me está pasando.
-Yo si-sonrió con picardía- ¿Quieres que te quite este calor, Adán?

Él no quería. Quería volver a casa, junto a Eva. Pero su cuerpo se lo pedía. Estaba excitado, mareado, hambriento… Y ella era el postre que le quitaría todos los pesares. Asintió con lentitud. Entonces, ella tiró de él y se lo llevó a rastras al lavabo de mujeres. Y allí, finalmente, entre aquellas paredes mohosas de color verdoso, Adán degustó el fruto del pecado, sorbió su dulce néctar y dictó su sentencia de destierro.

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El sol ya comenzaba a salir por el horizonte, cuando Adán llegó a la parada de autobús, con su maleta en mano y todas las demás pertenencias metidas en pequeñas bolsas. Se frotó la cara con mimo, donde antes había habido una gran marca roja, a causa de la bofetada que le había propinado Eva, cuando al llegar a casa, vio la silueta de unos labios rojos impresos en el cuello de él. Y se lo tuvo que contar. Todo.
El frío se colaba entre su abrigo, y echó de menos el calor de su casa, de los brazos de su reciente ex-mujer. Recordó lo último que le dijo antes de cerrar la puerta de la casa, jamás lo olvidará:

-Jamás volverás a pisar esta casa, traidor. Es el precio del pecado.
Y dicho esto, Adán abandonó el jardín del Edén para pasar a sobrevivir en el mundo real.

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