viernes, 22 de agosto de 2014

Amanecer entre Maravillas. Final.



Lo miro de arriba a abajo. Sigue sin camiseta, con los algodones mojados en los orificios nasales y la tirita de los Looney Tunes en el puente de la nariz. No puede decirlo en serio-pienso, mirándolo e imaginándome el ridículo que haría por la calle.

-¿Qué?-dice mirándose el cuerpo- ¿Tengo monos en el cuerpo?

Pongo los ojos en blanco.

-¡Por todos los santos!-exclama volviendo a mirarse el reloj-¡Llegamos tarde!

De un tirón, me saca del recibidor y bajamos como una exhalación las escaleras. Yo, con una destreza envidiable, consigo no caerme a pesar de todos los trastos que llevo encima.
Cuando llegamos al portal, una ola de calor impacta contra mí como el puñetazo de un boxeador. Pienso en la chaqueta de invierno que llevo encima, en las botas de agua y el paraguas...¡Y ya ni pienso en las raquetas para la nieve! El sombrerero me conduce hasta la parada de autobús mas cercana con paso rápido, pero no puedo evitar mirar a los lados y sonrojarme al ver que la gente de alrededor nos miran asombrados. A él, por la poca ropa que lleva, y a mi, por demasiada.

La despedida es breve y rauda, y por poco me mato al tropezar con el escalón de acceso al autobús. Hasta entonces, los pasillos entre asiento y asiento del colectivo me habían parecido lo suficientemente espaciosos para pasar sin dificultades. Pero hoy me parecía estar pasando por el centro de Tokio. Entre miradas reprobatorias y palabras malsonantes, llego hasta mi asiento y me doy el lujo de soltar todos los objetos que cargo en el asiento contiguo. Miro por la ventana y observo como el sombrerero todavía permanece quieto en la acera, mirando el autobús con el ceño fruncido. Parece estar a punto de lanzarse contra el monstruo metálico que tiene delante, cómo Don Quijote de la Mancha, pero por suerte no lleva ninguna lanza con él. El gigante de metal arranca y deja al sombrerero con un palmo de narices, viendo cómo se me lleva lejos de su alcance.
Es lo último que veo de él.
*************

El día ha sido agotador. Deseosa de meterme en la ducha, abro la puerta y lanzo las llaves en mi adorable mesita de la cocina, mientras arrastro los pies hasta el baño. Subo las escaleras y entro en la habitación, disfrutando del silencio que reina en la casa. Un momento... ¿Silencio? Me quedo quieta y agudizo el oído. Nada. Tan solo se escucha el tráfico que se aglomera en la calle. Entonces caigo en la cuenta. Mi mesita de la cocina.
Salgo como un rayo y bajo las escaleras, a sabiendas de que ningún felino se cruzará por mi camino. Cuando llego a la cocina, exhalo una gran bocanada de aire. Todo había vuelto a la normalidad. Mi mesita redonda, mi precioso florero de tulipanes, el mármol del suelo... Todo estaba como antes. Me adentro en mi antigua cocina y la recorro con la vista, con una sonrisa en el rostro. Entonces me percato de una pequeña irregularidad. En la mesita, descansan un pequeño papel doblado y una cajita al lado, de color crema. Frunzo el ceño. Agarro el papel y lo desdoblo. En él hay un pequeño texto con una caligrafía digna de un profesional:
"Continuaremos nuestra búsqueda. Has sido una casera excelente, gracias por un poco de cobijo."
El sombrerero loco y compañía.

Giro el papel, esperando encontrar algo que dé sentido al texto. ¿Búsqueda? ¿A quien se supone que están buscando? Con la llama de la curiosidad encendida, abro la cajita de color crema. Tal vez ahí encuentre una pista.
Pero nunca esperé encontrarme lo que hallé dentro. Un detallado reloj de bolsillo, dorado como los rayos del sol. Abro la tapa posterior y descubro en ella un precioso mensaje:

"El tiempo es un preciado tesoro. Gracias por dejarnos disfrutar del tuyo."

Sonrío. Curiosos personajes-pienso, pegando la nota en la nevera y guardándome el reloj en el bolsillo de mi pantalón. En silencio, subo de nuevo hasta la habitación y me recuesto en la cama. Una extraña sensación de melancolía me atenaza el corazón. Toqueteo el nuevo reloj y grabo a fuego cada uno de los finísimos detalles que presenta, hasta que un profundo sueño comienza a invadirme. Ha sido un día extraño, difícil y agotador. Y justo antes de dejarme caer en los brazos de Morfeo, me prometo a mi misma que nunca jamás traeré a ningún extraño a mi casa. No fuera a ser de nuevo el sombrerero loco y su cuadrilla, que siguen buscando a su Alicia perdida.





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