martes, 2 de septiembre de 2014

Pequeño relato XII

Ya tengo aquí el nuevo "Relat-imagen", espero que os guste, es bastante largo jejeje ¡A leer!

Hombre y mujer bajo su paraguas respectivo, caminando cada uno en dirección contraria, abandonando bajo la lluvia sentimientos que habían florecido minutos antes, al encontrarse cara a cara. Siguen caminos distintos.






El repiqueteo de la lluvia sobre la tela del paraguas me tranquiliza y apacigua los latidos de mi corazón. Adoro la lluvia, el frescor que deja en el ambiente y el olor a calles limpias y nuevas; el reflejo del cielo que se forma en los charcos, la alegría de los chiquillos al pisarlos, las ganas que me trae de leer… Todo.

Camino con brío, esquivando los grandes charcos que se forman en la acera. Observo a mi alrededor, pero el gran manto de lluvia que cae sobre la ciudad no me deja ver a más de pocos metros de distancia. Siento el frescor en mis zapatos, cómo el agua se cuela por mi suela y empapa mis calcetines; cómo pequeñas gotas guerreras consiguen alcanzar mis mejillas y mi cuello descubierto. Me calo con más ímpetu el abrigo al cuerpo y sigo caminando, cuando impacto contra una altísima muralla de músculo y gabardina oscura. Trastabilleo y lanzo un pequeño grito, presa de la sorpresa, pero antes de que sienta el duro suelo bajo mi cuerpo, algo me sujeta por la cintura. El paraguas es el único que cae de los dos.
Me miro la cintura y descubro que lo que me sujeta es el enorme brazo del hombre con el que he chocado.

-Siempre en la luna, Kate-dice con una sonrisa. Sus ojos acaramelados brillan cómo estrellas en el cielo nocturno.

Abro los ojos como platos. Esa mirada… Me desago de su amarre y me aparto de él. El hombre me mira, confuso y a la vez con una expresión de angústia. Apreto los labios y me llevo una mano al corazón, mientras con la otra recojo el paraguas. Un devastador dolor me apresa el pecho, el cual pensaba que había conseguido olvidar y hacer desaparecer con el tiempo. Pero no era así. Continuaba oculto, dentro de mí, esperando el momento en el que volviera a ver esos ojos cobrizos para emerger sin compasión.

-¿Q-que haces aquí, Adam?-consigo preguntar. Un nudo me contrae las cuerdas vocales.

Pero Adam no me contesta. Tan solo sonríe y me mira con aprecio. No puedo evitar apartar la mirada. Duele muchísimo. Jamás pensé que volvería a verlo. Una lágrima cae por mi mejilla, pero por suerte se confunde con las gotas de lluvia. No podría haberle reconocido de no ser por sus indescriptibles ojos, esa mirada que me atormentó durante años, recordando con dolor los dulces momentos que pasamos juntos, que nos fueron arrebatados por culpa del destino.

-Has cambiado mucho, pequeña- contesta, acercándose a mi.

Me quedo paralizada. Lucho por retroceder, pero un impulso me obliga a quedarme y mirarle, perderme en las facciones de su rostro y abandonarme a la luz de su mirada. Él, con cuidado, alza su áspera palma y acaricia con sutileza mis mejillas, atrapando con sus dedos las lágrimas que habían decidido quedarse sobre mi piel.

-Sigues igual de hermosa incluso cuando lloras-sonríe y me besa la frente.

No puedo evocar palabra alguna. Me siento arrollada por emociones que pensaba que seguían ocultas. Me muerdo el labio. Adam me mira y sin necesidad de palabras, asiente y se separa mínimamente de mi. Entiende por lo que estoy pasando. Sentimientos contradictorios vagan a una velocidad vertiginosa por mi cuerpo, y por lo que veo, por suyo también. Sus ojos se ven cansados y exhaustos, pero el cariño y amor con el que me miran siguen permanentes. Los dos nos miramos en silencio, la lluvia es la única charlatana que estropea el ambiente. Entonces, Adam retoma el paso y pasa por mi lado, mientras me dice:

-La próxima vez, mira hacia el frente, mi pequeña Kate. No vaya a ser que vuelvas a cruzarte conmigo, por que entonces, no podré contenerme y quedarme simplemente mirándote- espeta con una sonrisa humilde en los labios.

Sonrio para mis adentros, pero una lágrima vuelve a caer por mis mejillas. El eco de sus zapatos en la lejanía me perturba, me destroza anímicamente. Doy el primer paso, y me veo capaz de dar el siguiente, y el siguiente. Camino lentamente, todavía con el sonido de sus zapatos alejándose, con la imagen de sus ojos pardos en mi mente, torturándome. No me permito volver a llorar. 
Simplemente, sigo mi camino.

1 comentario:

  1. Vaya, qué triste... yo no sé si habría podido seguir mi camino. Buen relato :)
    Un saludo.

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