lunes, 8 de diciembre de 2014

Emma. 7



Finalmente, conseguí cerrar los ojos y dormir. 

Bien pasadas las doce, desperté, y recibí la visita de los dos agentes de policía. Pero para mí sorpresa, llegó con ellos una hermosa detective de cabello pelirrojo y ojos verdes, que trabajaba para el cuerpo policial. Jamás esperé la visita de aquel ángel, pues así me pareció al verla entrar en mi habitación, con el traje reglamentario ajustado y ese porte esbelto, desprendiendo una cálida luz a su paso. Fue ella la que comenzó el interrogatorio, exponiendo las palabras justas y las preguntas adecuadas, con tiento y espacio. 

-Dígame, padre, ¿fue usted quien estuvo al cargo de todo el proceso del parto?-su voz sonaba suave y las palabras se sentían cómo un bálsamo curativo.
-Llámeme Ismael, por favor. Y si, fui yo el que me ofrecí para llevar a cabo el alumbramiento. 
Victoria,-así era su nombre- apuntó algo en su libreta y volvió a mirarme.

-¿Se ofreció?- me preguntó con el ceño fruncido.
-Ninguno de los presentes había asistido a partos excepto yo, y había adquirido algo de experiencia. 
-Entiendo…-volvió a escribir en su cuaderno, pensativa. 

Continué respondiendo preguntas varios minutos más, hasta que uno de los agentes le susurró algo al oído de Victoria. Una extraña sensación recorrió mi cuerpo al ver a aquel hombre tan cerca de ella. Esta asintió y se levantó del sillón que había al lado de mi cama. 

-Tendrá que disculparme, Ismael. Me ha surgido un imprevisto-dijo mientras guardaba el cuaderno en su bolso-. Volveré otro día. Le llamaremos con antelación, ¿de acuerdo?

Yo asentí y vi con cierta tristeza cómo aquel ángel se marchaba tras los agentes, con mirada decidida y una pequeña sonrisa. Chisté con la lengua y me obligué a desterrar esos sentimientos, pues por mi condición social, tenía vetado el terreno amoroso. Fue la primera vez que sentí rabia por ello. El crujir de la puerta al abrirse me distrajo de mis pensamientos y mi corazón saltó desbocado, esperando que fuese Victoria de nuevo. Pero la persona que surgió tras ella, era la que menos deseaba ver en esos momentos. Mi rostro cambió y crucé los brazos, con expresión de desprecio. 

-¿Qué haces aquí, Claudia?-pregunté con voz ronca- Tus policías ya se han ido. Si quieres saber algo sobre mí, pregúntales a ellos y mira sus libretitas, ya que de mí no vas a sacar nada- cada palabra que salía de mi boca me hacía sentir más liviano. Había acumulado mucha ira dentro de mí. 
-Eh… Yo…-intentaba encontrar las palabras adecuadas, pero después de mi primer asalto, parecía haberse quedado en blanco- Padre… Siento mucho por lo que está pasando. Entiéndame, tuve muchas dudas y por un momento, mi hija estaba muerta…-intentó contener las pequeñas lágrimas que se arremolinaban en sus ojos, al recordar la escena. 
-Y no ha hecho nada mejor que denunciar a los que la salvaron de morir en el parto, si logro entender- la corté, lleno de impotencia-. Emma habría muerto de no ser por las maravillosas personas que se ofrecieron a ayudar. ¿Quién habría querido ayudar a una mujer de parto en medio de una iglesia? Las posibilidades eran escasas para la pequeña. Pero usted quiso arriesgar su vida y la de Emma por su obsesión devota-Claudia boqueó como un pez, sin saber que decir-. ¿Deberíamos denunciarla a usted por conducta peligrosa? ¿O tal vez por poner en peligro otra vida? La demencia metal también está muy de moda en estos tiempos entre las denuncias, ¿no? Sumémosle eso además. 

Sonreí con prepotencia y miré la expresión estupefacta de Claudia. Estaba claro que no se esperaba aquel último “golpe”. Apretó los labios y finalmente explotó, agarrándose a la barandilla del final del camastro con fuerza y mirándome con furia. 

-¡Yo esto sólo lo hago por mi hija!-exclamó a pleno pulmón- Mi marido se marchó de casa, padre, y me dejó a pocas semanas de dar a luz. Me cambió por una muchacha de buen ver y curvas de infarto, sin dejarme nada más que la casa y una gran hipoteca que pagar-sus brazos temblaron y sentí cómo su cuerpo se convulsionaba por los hipidos del llanto-, y una niña en camino. No tenía a nadie, padre Ismael; mi familia se desentendió de mi cuando me casé y no tenía más amigos que los de mi ex-marido… Sólo tenía a mi querido Señor. 

Sentí cómo el corazón se me partía en dos y maldije mi conducta hasta ahora con ella. 

-Y para cuando llegó la hora, aunque supe que no era lo correcto, quise tener a mi pequeña Emma en una de las casas de Dios, su único padre verdadero- y sin poderlo resistir más tiempo, rompió en llanto. Cayó de rodillas al suelo y lloró con la frente pegada a la barandilla. 

-¿Porqué no me contaste eso, Claudia?-dije intentando reprimir las lágrimas, igual que ella. 

Abrí los brazos y la mujer se acercó limpiándose las mojadas mejillas, cómo una pequeña niña que ha tenido una pesadilla. 

-Porque no me dejó hablar, padre-articuló Claudia, mientras se dejaba mecer por mi abrazo. 

Le pedí perdón y los dos nos dejamos llevar por la paz que respiraba aquel momento, hasta que Claudia consiguió serenarse de nuevo. 

-¿Y cómo está Emma?- le pregunté justo antes de que saliera por la puerta. 
-Está en la sala de incubadoras, pero está más fresca que una rosa-la mujer sonrió y la perdí de vista tras la puerta. 

Tras aquella alborotada mañana, el sueño volvió a invadirme. Y soñé de nuevo con los oscuros ojos de la pequeña, que recorrían un pasillo vacío con una única figura frente a ellos. Una espeluznante figura oscura de ojos rojos carmesíes.

1 comentario:

  1. Vaya puede que Claudia no fuera tan mala a fin de al cabo, pero al menos su denuncia a servido para traer a una hermosa dama a la vida de Ismael jejjeje
    Un beso
    Lena

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