miércoles, 13 de mayo de 2015

Emma. 10



EMMA

5 años más tarde. 20 de Julio, 2047
11:31 am
Ubicación: Imprecisa (Estado de Canadá)

Papá se había dormido, pero llegué a la casa de los columpios tal y cómo él me había explicado en casa. No me equivoqué con ninguna otra, ya que esta tenía un enorme rotulo con ositos y muñecas, en la que había escrito “Casa de acogida: La mariposa feliz”, o algo así había dicho Papá. Caminé con cuidado para que mis pies descalzos no pisaran algún cristal o piedrecitas puntiagudas y subí las escaleras del portal, agarrándome a la barandilla. Miré la enorme puerta y me puse de puntillas, para rozar el timbre con los dedos. Papi tenía razón, con cinco años ya podía alcanzar el llamador. Y después de escuchar el timbrazo, esperé a que se abriera la puerta. Y cuando eso pasó, una señora con un gran moño en el pelo apareció tras ella, mirándome a través de unas gafas muy pequeñitas. 

-¡Dios mío! ¿Pero qué te ha pasado, pequeña?

Siguiendo las explicaciones de Papá, me cubrí los ojos y comencé a llorar.

-Hambe- expresé.
-Ay, cielito, no llores-me alzó en sus brazos y me acunó, intentando calmar mi falso llanto- ¿Dónde está tu casa? Una niña como tú no debería estar por la calle con este frío, ¡y menos descalza!-exclamó alarmada, al ver mis piececitos de un ligero color oscuro por el barro y la tierra del suelo. 

Inocentemente, señalé al otro lado de la carretera, en dirección a la espesura del bosque que se erguía en la otra acera. La señora del gran moño miró en esa dirección frunciendo el ceño y luego me miró, negando con la cabeza. Yo moví mi cabecita, asintiendo. Era una niña buena y siempre decía la verdad. 

-Vamos dentro, anda. Y ahora me explicas donde has dejado tus zapatos-y la señora cerró la puerta conmigo en brazos.

>>Finalmente, aquella noche dormí en una cama de verdad, tal y cómo me había prometido Papá. Era muy suave y calentita, y las sábanas olían a rosas. Antes de eso, la señora del moño me había dado de comer una sopa riquísima con pollo, mientras me hacía preguntas que no entendía. Pero gracias a Papá, que me chivaba las preguntas, conseguí que me dejara comer tranquila. Luego cené y acabé durmiéndome con la voz de fondo de la señora Ross-o así me había dicho Papá que se apellidaba- , hablando por teléfono. 

************

-Vamos Emma, levanta chiquilla-me despertó la señora Ross enérgicamente-¡Que el señor y la señora Vera deben estar al caer!

Emití algunos gruñidos y me enrosqué en mi misma, dispuesta a seguir durmiendo, cuando rememoré el especial motivo de aquel día. Miré el reloj y exclamé en cuanto vi que me estaba retrasando, salté de la cama y me dirigí rápidamente al lavabo, donde la señora Ross me estaba esperando con mi ropa en la mano. 

-¡Espabila chiquilla, que todavía has de desayunar y acabar de ordenar tu maleta!-me dejó la ropa encima de una silla y salió de allí con la rapidez de un relámpago. 

Me subí al alzador que tenía preparado y agarré el cepillo dispuesta a batallar con mi maraña de cabello azabache cómo cada mañana, mientras intentaba colar mi pie por una de las perneras del pantalón. 

Cada cosa a su tiempo, Emma. No debemos cometer errores hoy.

-Si papá-susurré, dejando el pantalón a un lado y centrándome en acabar de peinarme el pelo. 

Me puse de puntillas y observé mi cara, repleta de pequeñas pecas alrededor de la nariz y, siguiendo la rutina, las conté. Doce minúsculos lunares había, y ninguno parecía haberse marchado. Desde que Luna –mi compañera de habitación- me había contado que a ella le había desaparecido una gran peca que le gustaba mucho, me había asegurado de contarlas cada día. Después de eso, me atavié con un jersey color crema, unos tejanos y los zapatitos que me compró la señora Ross para la ocasión. Había tenido que esperar cinco años para poder ponérmelos, y con diez que había cumplido, al fin llegó el momento de dejar la casa de acogida. Puse la mano en el corazón, soplé hondo e intenté apaciguar el miedo que atesoraba mi interior. Todo iba a ser nuevo para mí, nada volvería a ser cómo hasta entonces… Y aquello me asustaba en gran medida.

-¡Emma! El desayuno está listo-informó Ross des de la cocina.
-¡Voy!-contesté, dejando todo bien ordenado y en su sitio.

Al llegar a la cocina, me encontré con Luna sentada en la mesa central, rodeada de pastelitos y cruasanes, y a la señora Ross junto a la encimera, preparando dos tazas de leche con Nesquick, siguiendo la rutina. 

-Emma, siéntate a mi lado-me indicó mi amiga con una gran sonrisa, dando golpecitos a la silla que había junto a ella.

Me senté a su lado y dediqué unos segundos a contemplarla: Tenía unos ojos azules y un cabello plateado que me encantaban contemplar, una sonrisa eterna en su rostro que admiraba y un carisma que veneraba. Su piel color miel contrastaba tímidamente con sus pequeñas pecas de niñez y poseía una nariz pequeña y respingona, igual de adorable que su pequeña boquita. Tenía un talante y una perseverancia respetable para una chiquilla de nuestra edad -diez años, ni más ni menos-, y una capacidad para escuchar que siempre venía bien en aquel lugar. 

-¿Tengo algo en la cara?-me preguntó, palpándose las mejillas.

Solté una pequeña carcajada y negué con la cabeza. 

-Aquí tenéis-la señora Ross posó las dos tazas delante de nosotras y nos alcanzó el paquete de cereales-. No os entretengáis cómo cada mañana, que hoy es un día muy importante para Emma y no le sobra tiempo para cotilleos matutinos.

Un gran revuelo en la sala contigua, gritos y quejidos acompañados por golpes y persecuciones dejaron en segundo plano las advertencias de la señora Ross. Esta bufó y salió disparada, dispuesta a poner orden a los rebeldes de mis compañeros, la mayoría mucho más pequeños que nosotras e inmensamente más maleducados e irritantes. 

-¡Te echaré de menos, Em!-se apresuró a decir Luna, en cuanto Ross salió por la puerta- No te olvides de mi, que yo nunca lo haré- me miró con los ojos ligeramente empañados. 

Conmovida, abrí los brazos y sonreí con ternura, a pesar de las pequeñas lágrimas que amenazaban con escaparse entre mis párpados. Luna se tiró a mis brazos y nos fundimos en un cálido abrazo, ajenas al escándalo que había en el resto de la casa de acogida, distantes a todo lo que nos envolvía. Las dos lloriqueamos y nos transmitimos todo el cariño que nos teníamos, el aprecio y el apego que sentíamos la una por la otra, en aquel duradero achuchón. 

-Te echaré de menos, Em, muchísimo, muchísimo…-gimoteó Luna sumergida en mi hombro.
-Y yo a ti, Luna. N-no te olvidaré jamás…Tengo tanto miedo, Luna, tanto miedo…-conseguí expresar entre hipidos- Quédate a mi lado, por favor-rogué con un reguero de lágrimas descendiendo por mis rosadas mejillas-, no quiero separarme de ti. 

Era cierto, estaba aterrada. Iba a comenzar una nueva vida, en un nuevo lugar, con dos personas que prácticamente no conocía, y todo eso lo experimentaría yo sola. Siempre había tenido a Luna a mi lado, para apoyarme en ella, o a la señora Ross. Pero en unas horas, estaría sola. 

-Mira-dijo entonces ella, metiendo la mano en el bolsillo de su bata. De este sacó dos pulseras de hilo, una de color morado y otra de color verde. Me tendió esta última-. Con esto nunca te sentirás sola y cuando estés asustada, mírala y acuérdate de mí-me la ató a la muñeca con facilidad y rapidez-, ¡Y acudiré a tu llamada, para darte el empujón que necesites!- y terminó el discurso con una gran sonrisa, de esas que tanto me animaban. 

Le devolví el gesto, más calmada y tranquila. La abracé de nuevo, deseando que aquel momento no acabara nunca, pero la señora Ross no parecía pensar lo mismo en cuanto volvió a entrar, con el moño alborotado y una expresión de reprobación en el rostro.

-¡Emma, espabila que se te hace tarde!-exclamó, gesticulando con sus brazos y haciendo bailar la flácida piel que colgaba de ellos- ¡Los señores Vera llegarán en cinco minutos!


1 comentario:

  1. O sea que nuestra pequeña Emma se nos está haciendo mayor. Me pregunto quién será el padre del que habla y que habrá pasado en todo este tiemp, me dejaste con muchas incógnitas y me muero de curiosidad jejejeje
    Un beso
    Lena

    ResponderEliminar